Desde Chile
Un libro lúdico, imaginativo, que sabe
rasgarse la piel para mostrar el mecanismo interior de su funcionamiento. Con
una escritura que combina sutilmente el registro coloquial con referencias
cultas a la música, el cine y la literatura, cosa que se entiende pues el
personaje es un escritor de un barrio del sur a quien los humos no alcanzan
todavía a empañarle la mirada que pone sobre los acontecimientos menos
trascendentales de su vecindario. Un personaje que no solo vive en la historia
sino que al mismo tiempo la está escribiendo. En ese sentido, cabe la frase del
Johnny de El Perseguidor: “Esto ya lo toqué mañana, es horrible
Miles, esto ya lo toqué mañana”, que el personaje hace suya adecuándola a sus
circunstancias: “Esto lo estoy escribiendo después” y que, al igual que otras
(de Las babas del diablo, de El dinosaurio y de un
gran número de relatos), más que de ornamento sirve para evidenciar la
condición de un personaje que, en su rol de escritor, padece eso que por
antonomasia padecemos todos los apasionados por esos largos paseos sin objeto
que proponen el arte y la literatura: el éxtasis y la embriaguez de las
palabras.
La trama, policial, es también cautivante y está
adobada con finas notas de humor e ironía, con un buen manejo de la digresión e
inmersa en una historia que, tal vez por concebirla en principio su autor como
parte de un diario, permite pergeñar un personaje que el lector sentirá vivo,
pues (tal como sugiere Borges en alguna entrevista) no lo deja naufragar
solamente en el amor ni solamente en el miedo o la incertidumbre, sino que lo
hace integrarse al mismo tiempo a ese universo de cosas nimias que
conforman nuestra rutina diaria y en las que cotidianamente nos perdemos. En fin, que no encierra al
personaje en forma exclusiva en el sentimiento y los intereses que va urdiendo
la trama. Nada de nombres es una novela que al igual que las manos
de Escher se pinta a sí misma. El abismo que inauguran dos espejos enfrentados.
La pregunta acerca de los límites entre la realidad y la ficción. Un
divertimento literario.
-Rodolfo Lara Mendoza
(poeta y narrador colombiano)
Santiago de Chile, septiembre de 2018-
La desaparecida
Si hubiera sido cuestión de suerte no la habría tenido más
clara, lo que no quiere decir que fuera buena. Me había
sentado, cómo cada mañana, en la mesa del rincón donde
la sombrilla me resguardaba del sol y de las miradas indiscretas,
la cerveza estaba fría y apenas se oía algo más que la
tenue música de fondo por los altavoces y siseos de conversaciones
en las pocas mesas ocupadas o en las gradas que
empezaban a llenarse para el primer pase.
Le reconocí enseguida, aunque apenas le había entrevisto
alguna vez cuando tendía la ropa los fines de semana en la
ventana del segundo piso que suponía sería la del salón, ya
que la de al lado mostraba una salida de humos y la más
alejada era apenas un ventanuco de cuarto de baño en una
construcción moderna, de varias plantas, que nos tapaba el
sol a las casitas bajas del patio.
Miró alrededor y se sentó en la mesa más cercana a la
salida, justo al otro extremo de la diagonal que nos separaba atravesando la piscina.
Una vez más ni pista de los niños, que ya era raro en ese
ambiente que empezaba a animarse, apenas quedaban unos
minutos para el espectáculo.
La cosa, para no andar con más rodeos, me volví a repetir,
era que él seguía tendiendo la colada cada sábado
y entre otras prendas había camisetas, pantalones cortos y ropa
interior diversa de talla infantil, pero nunca se oía una pequeña
voz ni movimiento alguno relacionado con esa ropa.
Durante varios años una mujer con acento sudamericano
solía hablar con otra vecina mientras tendía esas mismas
prendas, u otras de similar tamaño y colorido hasta que, un
día, no se la vio más.
Pasaron los meses y cuando pensaba que ella habría tenido
que volver a su país por la crisis o por los motivos que
fueran, apareció el hombre y retomó la rutina de la ropa del
fin de semana como si nada hubiera cambiado.
Ya las gradas están casi repletas, poco a poco la música
de los altavoces va subiendo de volumen, se abren las
compuertas de la piscina y una animadora se desliza sobre
el agua agarrada a las aletas de dos delfines que parecen
sonreír a toda velocidad. El público aplaude como cada
mañana, los ayudantes dan pescado a los delfines, el tipo
de mis devaneos apura su cerveza y se dirige hacia la salida.
Los delfines depositan con suavidad a la animadora en la
esquina de la piscina, justo cuando el tipo se vuelve como a
cámara lenta y saca una pistola con silenciador del bolsillo
para, con un certero disparo entre las cejas, dejar a la animadora
llamando a las puertas del cielo. El público aplaude
esta parte, sin saber que no estaba prevista en el guión y que
la sangre no es maquillaje. En un instante, el hombre ha
desaparecido por donde entró.
Algún tiempo después, alguien colgó en la red un video
de esa mañana que sólo recogía la parte de la piscina, yo no
lo había visto, ni buscado, me lo dijo mi vecino que volvía
a cantar bajito. Miré las imágenes y volví a verlas de nuevo,
una y otra vez, hasta no tener la menor duda: la animadora
defenestrada y la vecina del tendedero eran como dos gotas
de agua, delfines aparte. No he vuelto a ver más ropa tendida
en aquella ventana de enfrente y los periódicos nunca
mencionaron el incidente de la piscina. Al final del video
había una dedicatoria que podías leer si activabas las notificaciones:
Con amor, Costello.
(José Alias.
Nada de Nombres. 1ª parte :Verano)
Un escritor sueña un relato, lo vive, se encuentra con la muerte en un acuario y se despierta con un libro sin nombre, con un breviario de las estaciones, como en el bardo, los niveles de consciencia están en la novela “Nada de nombres” de José Alias.
Libro sobre el espacio entre la escritura y la vida. También sobre el espacio entre lo surreal y la muerte. El sueño termina y el libro existe.
Flores del Paraíso a una escritura para expresar lo que no existe y no se encuentra, nada de nombres. Lo inefable, el misterio de la literatura.
De la comunidad de vecinos al acuario, del axolot a la continuidad de los parques, del jazz al cine, del rock and roll al amor. De lo cotidiano a lo espiritual, de la música a la palabra, del silencio a la ausencia. Del escritor al lector en una librería.
Alejandro Mos Riera. Cineasta, narrador y poeta.
Asturias noviembre 2018.
***
“Nada de nombres”, es el título con que “Turpin Editores” publica este nuevo libro de Alias que esta vez incursiona en el género narrativo, y a fe que lo hace bien porque la novela te agarra desde sus primeras líneas, “Empezar diciendo que mi vecino de patio ha dejado de cantar, un alivio”, porque los que hemos sufrido un vecino o vecina tenor o mezzosoprano sabemos que esa calamidad es tan terrible como la de un niño que todas las noches berrea al otro lado de la endeble pared.
Por eso la intriga nos atrapa de inmediato y así nos mantiene en el transcurso de sus doscientas y más páginas, por su manera ágil, fresca y amena de contar las peripecias de sus innominados personajes, además de hacer gala de una escritura impecable. Me divertí mucho leyéndola y me dejó ese buen sabor que las buenas narraciones, como los buenos guisos, deben dejar en el gusto, el olfato y en la memoria sensitiva de quienes consumimos el preparado.
No hay duda “Nada de nombres” es un buen rollo, que nos hace guiños con la poesía, el rock, el jazz, las historias de policías y bandidos que han dado en llamar “literatura negra”, tal vez por esos siniestros cubículos donde los buenos logran que los malos confiesen sus fechorías, y, con todas las absurdas situaciones que suelen suceder en una ciudad que la cotidianidad ha convertido en normales, como por ejemplo que la máxima autoridad de la urbe se desplace por la misma cabalgando un elefante. Como diría aquel, “Nada de nombres” es una auténtica saga de cronopios.
Omar Ortiz. Tuluá , Colombia.